miércoles, 24 de noviembre de 2021

EL LLANTO DE LA PATRIA MARRÓN (*)

Hoy mi pueblo está triste y en su congoja, desbordó en las calles buscando encontrarse, en una esquina, con alguno de sus santos protectores. Los veo salir con sus mascarillas para que ese dolor masivo parezca menos temerario.
En los patios traseros de algunas residencias y, también, en las orillas de las ciudades opulentas, el pobrerío, los grasitas marrones levantan altares a sus dioses y santos.
En las mesas patricias, en cambio, señores bien rasurados y señoras entalcadas, pintadas a Kolestón amarillo, explican con pompa y pretensión, esos sacrilegios, con la religión politeísta de los antiguos griegos a la que, bajándole el precio, convienen en llamarla: "mitología griega". Es culto explicar a Cronos, a Zeus, a Hermes o Afrodita. Al revés, es cosa de negros (de negros de alma, dirán con desprecio estos culturosos), santificar a Ceferino Namuncurá, Deolinda Correa, Antonio Mamerto Gil Núñez, Gilda, Rodrigo Bueno, Evita o a Diego Armando Maradona. ¿Cómo endiosar o santificar a seres ordinarios con tantas defecciones y miserias? Sin embargo, explican con enjundia y regodeo como los dioses griegos eran envidiosos, criminales, vengativos, traidores e infieles. Los conquistadores romanos (muy pragmáticos) se robaron esos dioses con atributos humanos y les cambiaron los nombres por Saturno, Jupiter, Marte, etc; antes que el Jesús del madero estableciera su iglesia, en la capital imperial.
Hoy mi patria marrón, esa que tiene en sus ranchadas: un gauchito Gil, o una difunta Correa, quizás, una foto gastada de Gilda o, en un imancito de heladera, a Evita, lloran desconsoladamente a su Dios Diego. Y lo lloran los grasitas y los pobres porque en su última gambeta, solo y triste se fue a tumbar, cerró sus ojitos cansados y se durmió. Hoy mi pueblo marrón está llorando y todos lloramos por contagio porque ese Dios se fue quién sabe dónde; quién sabe por qué.
En plena pandemia se abrazan los descamisados de Evita buscando consuelo, como en aquel fatal 26 de julio de 1952, cuando “Esa mujer”: se fue al cielo. Se fue y nos dejó a todos más solos y desprotegidos, de tanto odio que, el tiempo se empeña, como hace con algunos vinos, en mejorar.
Yo los veo y me conduelo. Los veo gritando y saltando, como si en ese grito de dolor, sin barbijo, desafiaran al virus letal y a la misma muerte que, me gusta pensarlo así, está escondida, sola y avergonzada por haber osado llevarse a Diego.


(*)Colaboración de Juan Pablo Mederos Sosa. Nota publicada el 1 de diciembre de 2020.


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