"Mi amor, por dónde andas? le escribió Cintia a su hijo Lucas. El tilde quedó marcado para siempre. Mientras esperaba, se sentó a ver la tele. Decían que la policía había matado a un "delincuente" en Barracas.
"Mirá, dónde entrena Lu", le dijo a su marido.
Al sexto sentido femenino se añade el amor de madre. Ese que crea un vínculo indisoluble que traspone las líneas temporales. ¿Quién sabe si Lucas por fin debutó en primera y ahora juega con los más grandes? Nos gusta creer en ese partido imaginario como alivio a un tormento que no cesa. De lo que no tengo dudas es que si fuera verdad el Diego del pueblo fue quien le dio el primer pase, no lo dudo.
A Lucas lo asesinó la policía criminal, clasista de la CABA. Tan asesina como la de San Clemente del Tuyú (patas negras de la bonaerense) que torturaron hasta la muerte a Alejandro Martínez. No hay grietas ni antinomias, en la violencia institucional, porque desde la salida de la dictadura en 1983 a la fecha, nunca se encaró una reforma de las policías jurisdiccionales y de la federal. La mayoría de la resaca desocupada de la dictadura y sus adoradores encuentra cobijo en estas fuerzas. Están podridos y, se sabe: una vez dentro del cajón desparraman esa podredumbre al resto de los frutos sanos.
No existe el gatillo fácil porque eso sería una tara formativa de los "cobani" y el dedo se movería sin control contra cualquiera. Sin embargo, los muertos son siempre de los mismos lugares y condición: marroncitos, pobres, jóvenes y de barrios marginales. Hace unos días una tilinga teñida de rubia gritaba desaforada a una agente de la policía de Larreta: "...no me toques que no me gustan las negras...". Le dieron cámara y difusión "a piacere" como si fuera una nota de color. Recuperada la sobriedad ofreció unas disculpas que consolidan su acto de discriminación imperdonable. ¿Le hicieron algo? Nada. Vive en un barrio cerrado, es rubia (ponele) y tiene plata. A Lucas ni le preguntaron el nombre y le descerrajaron tres tiros -uno se alojó en su cabeza y otro en el pómulo. Luego, lo tiraron en un Hospital y con excusas varias lo dejaron morir mientras sus asesinos armaban la escena para exculparse. Un asco que avergüenza a toda la clase o casta política porque, reitero, acá no hay grieta que valga.
Hasta aquí el asesinato de Lucas que lloran sus padres, amigos y quienes tuvieron la dicha de conocerlo.
La segunda muerte fue perpetrada por quien maneja los hilos del club en el que jugaba Lucas: Barracas Central y de paso se sienta en el tercer piso de la calle Viamonte y funge como presidente de la AFA, Claudio "chiqui" Tapia. Permitió la publicación de un comunicado institucional lamentando el "fallecimiento" de Lucas. Infame. A Lucas lo asesinaron y ese posicionamiento no debe resignarse insinuando algo natural como un fallecimiento.
El único consuelo es lo que sostenía Martin Luther King. "...No me preocupan los gritos (y los comunicados miserables que firman) los malos. Temo al silencio (cómplice) de los buenos".
Creanme ser neutral en estos casos es ponerse del lado del opresor que no son ni mas ni menos que los milicos asesinos.
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