lunes, 24 de mayo de 2010

VISPERA

A minutos del Bicentenario de la patria no está nada mal rescatar algunos valores fundacionales. Libertad, participación y la búsqueda de una identidad que unos años mas tarde nos darían la definitiva independencia. Puede decirse válidamente que el 25 de mayo de 1810 fue una escala técnica. Establecer un gobierno autóctono pero respondiendo al reinado de Fernando VII por aquellos años sin reino. Casi, casi una cierta autonomía. Quizas.
Gobierno con mas pasiones que fuerza y con muchas mas contradicciones que las que ordinariamente reflejan los libros aunque, nobleza obliga son cada vez mas los autores que avanzan en mostrar aquellas contradicciones.
Sin embargo mas allá de aquellas rispideces, enfrentamientos y grietas del "Primer gobierno patrio" subyacen sus valores. Valores que se sobrepusieron al pésimo final de la mayoría de los integrantes de aquella Junta. Moreno muerto a los 10 meses en viaje (¿exilio?) diplomático. Alberti muerto a los pocos días de un infarto por discusiones con el influyente en ascenso Funes. Castelli, el mejor orador de ese grupo, sacado del medio al mando de un grupete con pretensiones de ejercito, luego preso por pedofilia para ser destrozado por un cancer de lengua. Belgrano, además creador de nuestra enseña patria años mas tarde murió en la peor de las miserias y de falta de reconocimiento de la época. Igual situación de Juan Larrea. Ni hablar de Saavedra desterrado y olvidado pero, pequeño detalle sin su parada de manos al Virrey nunca se hubiera llevado a cabo el Cabildo abierto con el resultado conocido. En fin, todos tributarios de un estigma bien argentino que sería una nota permanente (Artigas, Rosas, San Martín, Sarmiento, Borges, Cortazar, entre tantos) exilio, olvido y falta de reconocimiento de sus contemporáneos. Sólo Peron pudo vecer el estigma pagando el precio de su propia vida para vencerlo.
Sin dudas esto vuelve a probar que la historia -por suerte- no la escriben los contemporáneos y estos juicios-el de los contemporáneos-queda acotado al momento con las precisiones e imperfecciones del presente. Luego con el paso del tiempo y la calma de las tempestades pasadas es el juicio de la historia el que pone las cosas en su justo lugar ya sin pasiones espurias que quieran refutarlo.

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